Cuando la realidad supera a la ficción, una vez más

La RAE recoge en su diccionario, bajo la primera acepción de realidad, la «existencia real y efectiva de algo». Y, en la segunda, «verdad, lo que ocurre verdaderamente». Y por realidad virtual, la “representación de escenas o imágenes de objetos producida por un sistema informático, que da la sensación de su existencia real”.

Viene esto a cuento de algunas noticias aparecidas en los medios en los últimos días referidas a los “deepfakes”. El término se popularizó el pasado año a raíz de la aparición en la red social TikTok de la cuenta “deeptomcruise” que en cuestión de minutos se volvió viral con millones de seguidores.

En la cuenta se pueden ver imágenes del famoso actor haciendo trucos de magia, tocando la guitarra, promocionando productos de limpieza industrial y otras actividades, todas ellas con el denominador común de ser falsas o, como ahora se dice, “fakes. Esto con un realismo inquietante por las posibilidades, tan buenas como malas, que se nos pueden ocurrir.

Tanto es así que provocan el efecto que se denomina «uncanny valley«. Una hipótesis que afirma que cuando las réplicas antropomórficas se acercan en exceso a la apariencia y comportamiento de un ser humano real, causan una respuesta de rechazo entre los observadores humanos. Vale la pena visualizar algunos vídeos para hacernos una idea hasta dónde puede llegar esta tecnología que no ha hecho más que empezar.

De hecho, según Scientific American, «los humanos encuentran las caras generadas por IA más fiables que las reales«. Lo cierto es que las imágenes generadas por ordenador con Inteligencia Artificial son prácticamente indistinguibles de las caras humanas.

Y esta tecnología plantea muchas cuestiones a las que se les tendrá que dar respuesta. Porque esto va más allá del Photoshop o de los extraordinarios efectos especiales a los que Hollywood nos ha acostumbrado en los últimos años. Ahora cualquiera puede, de forma muy fácil y económica (en Internet hay muchos programas para hacerlo), sustituir una cara en un vídeo o en una foto y que resulte imperceptible al espectador.

Tecnología que permite desde bromear o divertirse poniendo la propia cara a un personaje de ficción en el cine (podemos ser Rick o Ilsa en Casablanca, por ejemplo) hasta hacer campañas de desinformación (políticas o de otro tipo ), creación de escenas porno falsas para chantajear o cualquier otra actuación orientada al fraude, al abuso o cualquier iniciativa orientada a extorsionar a otro.

Naturalmente, como con cualquier nueva tecnología, ya han salido al mercado herramientas para ayudar a identificar a los “deepfakes” y ha comenzado la guerra entre dos tecnologías opuestas. Y también, como era previsible, ya aparecen voces que proponen prohibir la tecnología por los peligros que puede acarrear. Prohibición que, obviamente, tendrá poco recorrido. Creo más posible la instalación en el dispositivo de un software tipo antivirus que detecte los deepfakes, por lo que no seamos tomada de los delincuentes.

Y esto, sin duda, no ha hecho más que empezar.

Como siempre, ¡cuidados!

 

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